Hace tres semanas que no escribo una palabra y francamente me importa un pepino. Creo que cuando empecé tenía algún propósito, quería comunicar algo. Ahora, a cambio, ya trabajo los domingos haya o no haya tifón… exactamente como un japo. También me visto y me cepillo los dientes como un japo y la única razón por la que no sé todavía si singo como un japo es porque desde que estoy aquí no me como un centollo. Pero tengo mis sospechas.
Cuando estoy de humor salgo a tomar sake con Isamu que es un cobarde. Tiene 25 años y Junko, su novia de los últimos ocho, se acaba de hacer un perfil en AdultFriendFinder, no sin antes comunicárselo verbalmente con mucha parsimonia. A él le gusta escucharse y sigue con su letanía monocorde durante otra hora mientras yo imagino a Hitachi, riendo internamente al tiempo que le clava el junco a Junko hasta la carótida. Lo más curioso de todo es que asiento sin el menor asomo de incredulidad. Todo ello me parece de una lógica abrumadora y el tipo me habla con una voz que me arrulla. Soy uno en Japón. Pronto me convertiré en un koi amarillo y nadaré a mis anchas en un estanque en Hokkaido.
Me pregunto si me ha costado algún trabajo adaptarme, si hay algo que me haya extrañado realmente. Está el asunto de la policía. Yo recuerdo áquel cuerpo tísico del orden habanero como si fuera hoy. Deambulan por las calles como perros sin dueño y se quedan inmóviles, pierna en alto si huele a dreadlocks. La policía de la Habana es como un enorme anillo de matrimonio que no te puedes quitar ni pa’ bañarte.
Luego están los de Madrid que meten impresión. Trapío de lidia entre los omóplatos. Yo los conozco más de la salida sur del metro Usera donde crecen como los corales de la Polinesia. Por allí todos vamos cabizbajos, una gran marcha de latinos, rumanos y por supuesto chinos, arrepentidos. Todos al cadalso. Un día estiré el cuello porque es que ya llevaba tortícolis y me cerraron dos, ‘Ciudadano, me deja ver su identificación’. Una boliviana con tetas de Delacroix aprovechó el impasse para salir del metro y desaparecer a lo David Copperfield. ‘A ver oficial, es que pasa algo?’ ‘Estamos revisando la identificación de todos los inmigrantes’. ‘Oh, no me diga! Caballero! y cómo uté sabía que yo no era epañol?!’. Creo que no lo entendió.
Justo hace tres semanas fue que me paró la policía japonesa; dos japos altos y gordotes sin un solo pelo alrededor de las orejas. Justo. Saliendo. Del metro. Mientras reunía todo mi vocabulario japonés en un solo sitio, sonreí de pura nostalgia.
Encontrarme a un buen cuerpo represivo me relaja. Me libera de todas mis egolatrías. Mis pálidos Smiths sin embargo no estaban por la labor. Han leído lo de ‘Researcher’ en mi pasaporte y se me han deshilachao como la mala ropa. Sumimasen, sumimasen, gomen nassai, siempre haciendo reverencias a buen ritmo, como temerosos de la ira del Pelida. ¡Dios! ¡Pobres polis! Son ustedes unas nenas que bien harían en recluirse y dedicar sus tristes días a cuidar nenúfares. El mundo pierde el tiempo con ustedes. Adiós.
Otra vez al metro. Llevo una botellita de sake que me he birlado pero no hay de qué preocuparse. Las nenas, a los nenúfares.