Cap. 32 Uniformes de Loto

noviembre 18, 2009

Hace tres semanas que no escribo una palabra y francamente me importa un pepino. Creo que cuando empecé tenía algún propósito, quería comunicar algo. Ahora, a cambio, ya trabajo los domingos haya o no haya tifón… exactamente como un japo. También me visto y me cepillo los dientes como un japo y la única razón por la que no sé todavía si singo como un japo es porque desde que estoy aquí no me como un centollo. Pero tengo mis sospechas.

Cuando estoy de humor salgo a tomar sake con Isamu que es un cobarde. Tiene 25 años y Junko, su novia de los últimos ocho, se acaba de hacer un perfil en AdultFriendFinder, no sin antes comunicárselo verbalmente con mucha parsimonia. A él le gusta escucharse y sigue con su letanía monocorde durante otra hora mientras yo  imagino a Hitachi, riendo internamente al tiempo que le clava el junco a Junko hasta la carótida. Lo más curioso de todo es que asiento sin el menor asomo de incredulidad.  Todo ello me parece de una lógica abrumadora y el tipo me habla con una voz que me arrulla. Soy uno en Japón. Pronto me convertiré en un koi amarillo y nadaré a mis anchas en un estanque en Hokkaido.

Me pregunto si me ha costado algún trabajo adaptarme, si hay algo que me haya extrañado realmente. Está el asunto de la policía. Yo recuerdo áquel cuerpo tísico del orden habanero como si fuera hoy. Deambulan por las calles como perros sin dueño y se quedan inmóviles, pierna en alto si huele a dreadlocks. La policía de la Habana es como un enorme anillo de matrimonio que no te puedes quitar ni pa’ bañarte.

Luego están los de Madrid que meten impresión. Trapío de lidia entre los omóplatos. Yo los conozco más de la salida sur del metro Usera donde crecen como los corales de la Polinesia. Por allí todos vamos cabizbajos, una gran marcha de latinos, rumanos y por supuesto chinos, arrepentidos. Todos al cadalso. Un día estiré el cuello porque es que ya llevaba tortícolis y me cerraron dos, ‘Ciudadano, me deja ver su identificación’. Una boliviana con tetas de Delacroix aprovechó el impasse para salir del metro y desaparecer a lo David Copperfield. ‘A ver oficial, es que pasa algo?’ ‘Estamos revisando la identificación de todos los inmigrantes’. ‘Oh, no me diga! Caballero! y cómo uté sabía que yo no era epañol?!’. Creo que no lo entendió.

Justo hace tres semanas fue que me paró la policía japonesa; dos japos altos y gordotes sin un solo pelo alrededor de las orejas. Justo. Saliendo. Del metro. Mientras reunía todo mi vocabulario japonés en un solo sitio, sonreí de pura nostalgia.

Encontrarme a un buen cuerpo represivo me relaja. Me libera de todas mis egolatrías. Mis pálidos Smiths sin embargo no estaban por la labor. Han leído lo de ‘Researcher’ en mi pasaporte y se me han deshilachao como la mala ropa. Sumimasen, sumimasen, gomen nassai, siempre haciendo reverencias a buen ritmo, como temerosos de la ira del Pelida. ¡Dios! ¡Pobres polis! Son ustedes unas nenas que bien harían en recluirse y dedicar sus tristes días a cuidar nenúfares. El mundo pierde el tiempo con ustedes. Adiós.

Otra vez al metro. Llevo una botellita de sake que me he birlado pero no hay de qué preocuparse. Las nenas, a los nenúfares.

CAP 40. Imagine

noviembre 16, 2009

Hoy tuve mi primer encuentro con la policía japonesa. Concluyo que esta gente no tiene pantalones. Y si los tuvieran no tardaría en quitárselos algún gaijin malhechor. Como en aquella película de Sylvester Stallone donde además se templaba por telepatía.

Lo cual me ha hecho volver a una reflexión que me viene dando vueltas hace días. Y es sobre la paz que se respira en este lugar. Paz. Los niños con sus triciclos de segunda mano por las calles desiertas. Mujeres regando jardines repletos de bonsais. Paz allí donde mires, paz a babor y a estribor. Paz para los murciélagos, los grillos y las mantis religiosas, todos pacíficos o pacifistas. O la máquina que te vende la Coca Cola y te lo agradece con la Novena. Es insoportable! Hay tanta paz que el otro día me dio un bajón de azúcar en Nippori y caí redondo, en cámara lenta y sonriendo como la grabación de un preso. Se produjo una agitación que recuerdo bien. Yo sonreía todo el tiempo y en algún momento me dio por sacarle la lengua a una japo milenaria que habrá viajado al continente a recibir enseñanzas de Confucio en persona. Me arrepentí no obstante, y en vez de eso balbuceé ‘Paaaz’; justo antes de volverme para darle una calurosa bienvenida a la contusión craneal. Dicen que entonces uno debe ver pequeñas luces desbocadas, yo vi un ejército de mantis religiosas haciendo las paces con otro de murciélagos y los mediadores eran los grillos. Y luego unos benévolos espectros de ojos rasgados que acudían a ayudarme como pacíficas minicalabazas de Halloween.

Regresé a la casa preocupado y con cincuenta sordos dentro de mi cabeza tocando insistentemente no sé qué de Béla Bartók. Me tiré en la cama, medité un rato y hallé la respuesta a un número de cuestiones universales sin resolver. Entendí por qué John Lennon se volvió medio gay de pronto y dejó de escribir obras maestras como ‘Love Love Me Do’. Oh, Yoko Ono! Fuiste tú, verdad? Ajada Yoko! Lennon te temía, a que sí? Lo encontraste sucio, en un bar hediondo y prohibido en Shinjuku, le rozaste la oreja con un labio y le susurraste ‘Give peace a chance’ y su rostro refulgió y le bajó el azúcar y allí mismo se incrustó los espejuelos contra el vaso de sake! Eres un áspid, Yoko Ono! Y así te lo llevaste a tu casa sangrante y lo besaste con tus lengua bífida! Lo ensalivaste, te lo tragaste, lo digeriste tres meses y cagaste una paloma blanca.

Yo también me estoy volviendo medio gay. Ya no le doy la mano a nadie ni le propino un buen espaldarazo a ningún japo. Una inclinación de cabeza basta. Las hay de muchos tipos, saben? Las tienes, por ejemplo, para infundir respeto, transmitir desprecio o para declararte. En verdad, puedes recitar Hojas de Hierba a golpe de flexiones si te apetece. Y yo desarrollando un abdomen que será la delicia de las gachís de Occidente.

Creo que me gusta Japón. Será toda la historia esta del Shinto que me da risa pero ya no tanta. Pero en serio, paz aparte, yo quería hablar de la policía…

Cap 12+1. De tiendas y rivalidades históricas

noviembre 16, 2009

Hace un rato fui a comprar cerveza. Yo ya sé de qué va esto, me bebo un litro y me pongo agudo. Graciosete. En otro lugar me iría a empinar el codo con algún desconocido o a bailar a alguna discoteca. Con suerte incluso acababa bebiéndole el coño a una chiqui en mi cama. En Japón me compro un litro y me lo bebo en el baño, que es infinitamente más divertido. Y escribo.

La cerveza me la vende Asami. Su nombre significa belleza de la mañana. Supongo que su parto habrá tenido lugar, en efecto, a las tres de la mañana, en un baño y con varios litros de cerveza mediante. Si no, lo de belleza es inexplicable.

Asami trabaja en una Convenience Store, como a un kilómetro del Cuartel General de mi baño. Las Convenience Stores son lo que queda de un tiempo en que los japos le caían a pescozones a los chinos cada vez que les salía del kimono. Pero vamos despacio.

Cualquiera sabe que los chinos hoy son una pandemia. Y no es que antes fueran recatados no, los chinos siempre fueron así, hemorrágicos. Pero mucho tiempo ha, estaba al alcance de un ser humano normal, por ejemplo, llevar una vida de asceta. Usted, si tal era su deseo, se cogía su alpaca y se piraba a Nazca: a vivir trescientos años y a hacer dibujitos. O se iba a uno de esos bosques británicos que encuentras a un par de leguas de Camelot, con lagos y brujas y toda la majomía. Eran tiempos en que podías ver a Merlín, cavilando en los recodos alguna alquimia prohibida. Sí, tiempos distantes que ya no volverán. Porque si hoy mismo usted se va a Camelot, a un bosque con lagos y brujas y toda la majomía, el único Merlín que va a encontrar en todos los recodos será un chinaco ahí vendiendo cerveza a euro la lata. Y con quince o veinte Merlinchinos!… jugueteando como demonios de Tasmania que no paran hasta que te tumban la puta cerveza que tú ni te querías tomar. ¡Coño, que soy un asceta!… Ay! los chinos… Vaya adonde vaya, en la última selva, atravesando el último pantano, cumplido ya el trabajo número trece y sentado por fin en la última ermita… siempre habrá un chino esperándolo. Fumando la pipa de la paz. Los chinos son el virus de los mapamundi, que infectan tenazmente mientras el resto nos rascamos los jabugos y demos gracias que no son ruidosos porque si no la batahola se escucharía en Andrómeda. ¿Los pinguinos? chinos disfrazaos colonizando la Antártida.

Una de las cosas más sorprendentes de los chinos es que no se adaptan. A ellos lo mismo les da el Día de la Almudena que el 26 de julio, lo de ellos es suministrar cerveza y ensanchar el imperio. Y bien, en mis muchos viajes solo he visto en el mundo un pueblo que los sobrepase y esos son los japoneses que son como chinos superhéroes. Tome usted la Convenience Store de Asami por ejemplo. Allí te clavan la cerveza directamente a dos euros la lata. Hala! Luego está el tema del horario. Si cualquier día a cualquier hora, usted se levanta, baja al mercadito y lo encuentra cerrado, usted está drogao. Suba y dése una ducha que esa tienda está abierta. Lo pone en los Elementos de Euclides. Y si cree que esto es una rareza déjeme que le diga: solo en Tokyo hay más Convenience Stores que médicos cubanos en Venezuela. Lo que sí no hay en Japón usted ya sabe lo que es, chinos vendiendo cervezas.

Así que aún hoy resisten los japoneses como los galos, incólumes, al lado de Roma. Y yo temo por ellos, porque sé que los timbiriches son objetivos estratégicos del país rival y aunque ciertamente el cielo no caerá sobre sus cabezas, bien un día puede que despierten con el tronar de chinos, cayendo de cabeza sobre cada Convenience Store.

Cap 45. Aleluya!

noviembre 16, 2009

La Habana, Enero, 1998.
Un lunes cualquiera. Las risas de un centenar de uniformados desafían la gélida brisa matinal que viene y se va a ratos, indiferente. Unos pocos profesores, aquí y allá, protagonizan una escaramuza desigual contra padres y vendedores ambulantes de torticas por un extraño objetivo: atraer a los estudiantes hacia unos autobuses destartalados que, cualquiera diría, camuflan bien en el escenario humilde que rodea el Anfiteatro de Marianao. Cosa curiosa sin embargo, los chicos no parecen resistirse demasiado al arresto. Al otro lado de la ruta se encuentra un paraíso de descontrol que alguien, quizá consciente de la antinomia, tuvo a bien nombrar Vladimir Lenin. Un paraíso donde, concedido, no hay manzanas, pero hay quintales de hormonas que abonan otras cosas igual de prodigiosas, por ejemplo, barrigas. Un edén adolescente donde no existen reglas más que para violarlas, no hay horarios salvo para saltárselos y no hay libros salvo para tirárselos por la cabeza a Ivet.
Una casa de todos.

Pues sí, la Lenin era una casa y con todo lo que lleva una caasa. Había un comedor donde amanecía Alexander Lago no fuera a ser que no alcanzara desayuno por septuagésima vez. Había salas de estar! Y camastros donde se celebraban festines legendarios a base de tostadas de pan viejo. Había hombres-lobo, de esos que aúllan por las noches, Auuuuuuuuuelaaa! Había fetiches, enanos, trolls, sirenas, hasta mascotas! Humanas claro, con sentimientos.

La verdad, si voy a ser sincero, lo único que no recuerdo bien si había eran duchas. O más bien creo que sí había, pero solo algunos días en verano…

Japón, Octubre, 2009
Cierren los ojos. Imaginen a Montserrat Caballé. (Si no saben quien es Montserrat Caballé, imaginen a una vaca con voz de flauta.)

Oooooooh los baños!!
oh los baños!
oh los baños
oooooooh los baños…..
……………………..

¿Cómo transmitirle lector estas sensaciones?

Los baños de Japón son perfectos porque no son perfeccionistas. Si usted quiere buscarle defectos, no le quepa duda que se los encontrará. Yo podría decirle, por ejemplo, que no traen manual de instrucciones. Y puede suceder que cuando usted presione la palanca que cree sirve para descargar, un apendice metálico emerja cual Escila desde las profundidades con la muy sana intención de limpiarle el culo. Eeeeeh bicho!! No se toca!! O quizás usted podría cuestionar que los techos son bajos y que haya que tener tanto cuidado con las emociones. Yo, el primer día, de la alegría que me dio con aquella maravilla metí un brinco y por poco me desnuco. O acaso me quejaría de que cuando me siento en la taza, ufano, listo para desposeerme, el badajo me choca con la pared anterior del bendito cuenco higiénico produciéndome una sensación extraña durante la micción… Como de que me estoy meando, vaya.

Pero por encima de todo está El Baño. Con todas sus cuatro gloriosas letras. Con sus botoncitos, sus chorros automatizados, su desinfección. ¡Su asiento climatizado a 30ºC! ¿¡Cómo poder sentarme otra vez en esas tazas que en invierno uno las roza na’ ma’ con una nalga y se le eriza hasta la rabadilla!? Miro mi baño y pienso, he aquí un baño que no olvidaré! ¡He aquí un baño donde se puede vivir, que cara’!

Esta historia que les he traído hoy la he escrito en el baño. También os la mandaré desde el baño puesto que tengo conexión a internet aquí mismo, al laito de la jabonera. Otra cosa que tengo al lado de la jabonera es el botón del arcoiris artificial.

Cap 23. Hitachi

noviembre 16, 2009

Los ojos de Hitachi anuncian el regreso del shogunato en un futuro que se antoja al doblar de la esquina. Son cristales, ojos de ave muerta. Se diría que cargan con todo el peso del descenso del mundo, desde hace unos 150 años, hacia la idiotez. Su cuerpo recio, erguido en su asiento como el bambú, contrasta con los otros pasajeros arrebujados en sus mantas en un viaje que parece no tener fin.

Un movimiento brusco a su izquierda lo distrae de su ensoñación feudal. Hitachi contrae levemente el párpado superior y, sin mover un músculo, aspira una bocanada de aire en un jutsu de relajación secreto que solo los hombres de su familia pueden aprender. ‘Es de lo más molesto viajar con bárbaros, nunca saben su lugar’. Desde hace unos minutos, la rata asquerosa a su lado parece no poder estar tranquila. Se mueve de un lado a otro como un perro que se muerde la cola. ‘Soo desu, un perro’. Además, habla un dialecto primitivo y sus palabras suenan exactamente como ladridos. Hitachi casi se desbambina de la risa ante su ocurrencia pero su gesto resulta imperceptible para la mayoría. ‘Cómo podría un samurai tener ventaja sobre sus enemigos jurados si se dejara llevar por la risa como un…’

Su reflexión es interrumpida de nuevo. Esta vez, un movimiento más brusco que los anteriores.

– Lo sientoo, miherma… es que me duele el culo.

‘El perro me ladra?!’. Hitachi le espeta una mirada escalofriante, un jutsu que solo los hombres de su familia pueden aprender y que generaciones atrás resultó más que suficiente para que una legión de daimyos se practicaran el harakiri en el siglo XVI. La bestia a su lado sin embargo parece desconocer los viejos códigos y prosigue

– Un segundito asere, ya que te despertaste aprovecho y me quito los zapatos.

Hitachi no entiende una palabra de aquella lengua absurda pero es perfectamente capaz de entender lo que significa la inclinación del bárbaro en su asiento. Es la inclinación más irrespetuosa que Hitachi ha visto jamás. Y cuando aromas, bien distantes del perfume de un ikebana, irrumpen a la fuerza en las ventanas de su nariz, Hitachi, de un golpe y con el rostro encendido se gira en su asiento pues un samurai esconde la risa con la misma determinación con que expresa su ira e Hitachi está a punto de enseñarle a este maldito cavernícola una lección.

– Posición anterior loco. Ya termi…

Fue la debacle. La rata, además de rata salió alérgica. Un tifón incontenible ascendió por su laringe y desató sus aguas y sus vientos en el rostro del japonés.

– Salud.

A la velocidad de un relámpago Hitachi estaba en pie. Calculó en fracciones de segundo la distancia hasta las siete azafatas y el tiempo que tardarían en llegar y rió imperceptiblemente por última vez. Estiró la mano por el sable que constituía todo su equipaje de mano e imaginó la katana, hundida hasta el mango, en el cuello del ser infecto que había osado mancillarle… y su aorta manando sangre como las fuentes de su Kyoto natal. Imaginó las cabezas de las azafatas gritando aún, volando y rodando por el piso a medida que él las rebanaba de una en una. Imaginó como se cepillaba a todo el avión sin miramientos, katana arriba y katana abajo, cabezas sangrantes volando como caramelos en un cumpleaños. E imaginó finalmente como se practicaba el seppuku en un jutsu secreto que solo los hombres de su familia pueden aprender y que garantiza que la cabeza de uno vuele más alto que todas las demás. Solo así aprenderían los bárbaros, en ese instante final, que significaba la palabra respeto.

– «Tripulación preparada para el aterrizaje.»

Hitachi se desmayó. Cuando despertó un cubano le daba unas bofetadas en la cara

– Oye papa despierta! Este lo que se emocionó con lo de llegar a casa. Yo sé lo que es eso…

Cap 0. Introducción

noviembre 16, 2009

Los ingleses lo llaman punch-line. Es cuando un relato corto o una viñeta, aparentemente tímido y avergonzado de su identidad, rompe su claustro con una oración breve, una frase súbita que da un vuelco a la historia. Una punch-line tiene que ser simple por definición, sobrecogedora, inesperada. Un remate tal que lo pegue al techo del sobresalto. Brillante economía. Elimine el barroquismo y quédese sólo con la implosión. Deje que vibre su trueno mudo. Su aullido átono a la luna roja. Su jaque a la descubierta.

He aquí una punch-line.

ME DUELE EL CULO.

Lo dicho.

Admírelo. La sola frase se sobra para hacer una saga, ¿acaso no lo ve?. Lea y aprenda como no hace falta inventarse  hechiceros huérfanos ni hackers autistas. A mí, pos me duele el culo y eso basta para que me siga usted leyendo volúmenes. Una estadística secreta ¿Sabía usted que la cantidad de personas que buscan en Google «dolor de culo» cada segundo equivale a la población de Zimbawe? ¿Sabe usted que si a las personas que padecen hemorroides le suma la comunidad gay usted obtiene dos tercios de la población mundial? Los números hablan por sí solos, si usted aún no ha hecho una búsqueda en Google por «dolor de culo», entonces lo hará en los próximos tres días; probablemente animado por saber que es el único que falta. Piénselo. No se cohíba.

Hay gente mala por ahí que encuentran un placer extraño en dejar a los demás en ascuas. Ahí tenemos a esos prestidigitadores que afirman no poder revelar el truco o a cierto sector de las mujeres españolas. Hay gente mala imprescindible, que te dejan en ascuas durante años, como Craig Thomas y Carter Bays y a los cuales se perdona por haber elevado la espera a la categoría de religión audiovisual. Pero yo, que no soy artista ni soy na’, les voy a confesar bien prontito que a mí no me duele el culo por hemorroides; tampoco por ninguna aventura homosexual reciente. Me duele el culo porque llevo doce horas de mierda, sentado en un avión, con un par de japoneses temibles por toda compañía. Me duele el culo porque no me preguntaron en la puta aplicación a la visa si podía aguantarlo, que si lo llegan a preguntar, igual me quedo…